lunes, 19 de diciembre de 2011

Navidades enterradas

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En la fiesta navideña del trabajo, hace un par de días, le pregunté a una colega que sé vivió en la antigua RDA (ex-Alemania comunista), si antes de la caída del Muro de Berlín, en 1989, se celebraban fiestas así en los centros laborales de entonces. Dio un brinco en su asiento y me respondió: ¡Pero claro que sí! Me explicó que, cercanos los días navideños, todos se reunían para compartir, comer, beber y cerrar el año rodeados de adornos, motivos religiosos y arbolitos, aunque los jefes y los del Partido Comunista le dieran un corte triunfalista y aglutinador a esos encuentros, tipo 1ro de Mayo.

En Cuba, ni eso, le dije. Los irresponsables que gobiernan mi país desde hace más de cinco décadas se encargaron de que heredáramos de los "hermanos" del campo ex-socialista, sólo lo que les conviniera a ellos. Y, simultáneamente, de enterrar todo lo que oliera a Navidad, hasta la palabra misma. Así fue que millones de cubanos nacidos y crecidos después de 1959 nos vinimos a enterar, bastante tarde, qué eran las Navidades y qué se celebraba con ellas. Ella arqueó sus cejas en gesto compasivo.

Yoani al menos las conoció en secreto, dicha que tuvo. A cientos de miles de cubanos nos las ocultaron totalmente durante décadas y nos inculcaron (o trataron de hacerlo) un recelo y un rechazo enfermizos hacia las verdaderas, mientras salpicaban las universales fechas con consignas revolucionarias y propaganda anticristiana.

Lo triste del asunto: nuestros padres jugaron ese juego, convencidos de que era lo mejor para nosotros y para ellos. Y, al menos mi hermano y yo, vinimos a tener en casa el primer "insulto de arbolito navideño" a mediados de diciembre de 1998. Lo he escrito entre comillas porque era una de las tantas plantas que tenía mi mamá en macetas pero que, por su tamaño y forma, podía acoger motas de algodón simulando nieve y Navidades remotas.

Mi padre puso dos "regalos" al pie de la divina maceta: un avioncito y un carrito de plástico que compró por centavos en una tienda en divisas. El avioncito, para mí. El carrito, para mi hermano. Unos meses después viajaba yo hacia Alemania, donde resido desde entonces...

Mi colega del trabajo rió cuando le conté lo de las motas de algodón. Yo le mencioné que otros adornos no teníamos a mano. Ella siguió participando de la nueva conversación que se iniciaba en la mesa que ocupábamos unas ocho personas. Yo intentaba responderme, en la distancia, con qué derecho unos secuestradores de país nos arrancaron parte de nuestras vidas para satisfacer la propia, pisoteando tradiciones y recuerdos en pos de una utopía que ha desbaratado a una nación entera.

¿Navidades en Cuba? A mí me las desenterraron a punto de cumplir yo los 30 años...
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