domingo, 29 de mayo de 2011

Ya no censuro al helado con fresas y crema

votar

Soy una de los más de dos millones de cubanos que se ha ido de la isla. Las estadísticas reales no se conocen, pero el total no es muy difícil de aproximar: si en los Estados Unidos de América viven 1,8 millones de cubanos y en España suman más de 104 mil, entonces los 2 millones se sobrepasan fácilmente al contar los restantes países de Latinoamérica, Europa, Asia, África y hasta Australia y Oceanía, sin olvidar a Canadá.

Lógica no difusa sino muy concreta: O aquello está muy malo o lo de afuera está muy bueno, llámese high life en el primer mundo, chinchal en la Pampa o tugurio en Haití. La pregunta que salta a la vista del más sensato si conoce que, además, la población cubana sobrepasa tímidamente los 11 millones de habitantes, es la siguiente: ¿Por qué somos tantos los que hemos abandonado nuestro país natal?

Las respuestas son muchas y tan variadas como todo lo que hemos dejado atrás los cubanos, empezando por la familia y las tumbas de nuestros abuelos y pasando por nuestras costumbres, idioma, cultura y un largo etcétera que solo un pueblo en desbandada silenciosa puede acumular. Y el denominador común se repite a través de los años: el gobierno (mejor: desgobierno) de la isla ha demostrado que allí no hay futuro, no por gusto la emigración se ha disparado después de 1959.

No todos los cubanos están a gusto en el país que los ha acogido ni a todos les ha ido tan bien como quisieran. Sin embargo, se pueden contar con los dedos de una mano los que deciden regresar a la isla dando un giro de 180 grados, señal entonces de que, peor que en Cuba, no viven. Tampoco conozco colas de extranjeros en Consulados cubanos en el exterior socilitando permisos para ir a Cuba y quedarse a vivir allí, señal de que lo que tienen no está tan malo, ¿no?

La caja empieza a descuadrar cuando aquellas personas que maldicen el país en que viven, resaltando a toda costa las "bondades" "en" y "de" la isla, maldiden así o más a los cubanos y no cubanos que resaltamos las vergüenzas de la dictadura tropical y de quienes la apoyan. Enseguida se alborotan y nos restan importancia por ya no vivir allí, como si nacer, crecer y vivir en un país durante décadas se pudiera evaporar así como así por el solo hecho de volar en un avión o nadar en balsa alejándose de la costa del Malecón habanero.

O como si el "desarrollo" y evolución del país, en todas las esferas, tuviera un átomo de aceleración en sentido positivo. Para quien no ha regresado de visita a Cuba en 50 años y no tenga familia aún viviendo allí, no sé, pero para quien haya ido al menos una vez en las últimas dos décadas y tenga noticias frescas de la isla cada día, no es difícil resumir algo como "aquello está peor que como lo dejé".

Yo extrañaba muchas cosas de mi país natal pero ya no es el caso en la actualidad. Hasta al dulce de guayaba con queso crema le he encontrado un paralelo, lejano pero exquisito, que disfruto cuando quiera y no cuando pueda o cuando haya o cuando me dejen. He reconocido, por fin, que el mejor helado ni es el del Coppelia, ni el dulce de guayaba con queso la vida misma.

Ya no censuro a mis papilas gustativas cuando me tomo un helado adornado con fresas y crema, como el de la foto. No las censuro a ellas ni me autocensuro a mí misma a la hora de escribir en este blog, aunque forme parte de la diáspora cubana y no viva donde nací.
Share |

0 comentarios: