lunes, 7 de marzo de 2011

Lo que puede un par de clicks

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© freestockphotography

Hace unas horas leía y compartía en Facebook y Twitter, el post titulado El éxodo y la juventud en Cuba. Lo escribió Roxana Valdivia, autora del blog Cuba Testigos. Palabra por palabra, oración por oración, me hicieron asentir durante toda la lectura.

Yo soy de los que escapó al extranjero, como escribe Roxana, y de los que pretendí -e incluso logré- recomenzar, harta del chantaje político y de la estafa de que fue objeto mi vida en Cuba. Una dosis de chantaje hoy en el trabajo, otra dosis edulcorada en las noticias del periódico, otra más en el día a día de los cubanos, llenaron la copa. "No hay futuro", era lo que muchos pensábamos, comentábamos y gritábamos a escondidas.

¿La solución? Irse. Hartos de consignas vacías, de arengas oportunistas, de llamados al sacrificio precisamente por aquellos que menos se sacrificaban y nos creían unos tontos, que yo fui, pues cuando no había abierto bien los ojos yo repetía igual consignas, que llegué a creerme, pero que, por fin un día, descubrí huecas. Recuerdo uno de los tirones del hartazgo: al regresar de mi primer viaje al extranjero, a finales de 1991. Fue a México. Si hubiera sido a Alemania, donde vivo ahora, me hubieran tenido que ingresar en un hospital al llegar al aeropuerto de la Habana.

Hasta que se dice: "Ya. Todo tiene un límite. No hay otra salida. La salida es la única salida". Balance: ampliamente más de la mitad de los que estudiaron conmigo en la escuela, en la secundaria y el pre, en la universidad, más de la mitad de los de mi generación, para ser más precisa, se fue del país. Sí. Triste es la palabra.

Cada quien nace, crece y, en dependencia de su entorno, en el momento preciso, decide su futuro. Yo decidí el mío y no me arrepiento, en lo más mínimo. Al contrario. Ya me lo preguntaron una vez y así respondí: "Lo único que lamento es no haberme ido antes". Es triste, y quién sabe si de aquí a 20 años piense diferente, porque 20 años sí es algo, como también lo son los más de 11 que llevo viviendo en el extranjero.

No puedo virar el tiempo atrás. Cuando más, lo que puedo hacer es preguntarme ¿qué hubiera sido de mí, qué estaría haciendo de vivir hoy en Cuba?, como se ha preguntado Verónica. Pero no lo sé, ni me lo imagino, ni sé si quiero imaginármelo. Ni me tomo tan a pecho la melancolía, ni el gorrión a lo Vicente Fernández.

¿Insensible? Para nada; no lo soy. Pero tengo también una autoestima muy alta. Así que si el Ministerio del Interior de Cuba y sus tentáculos consulares de Berlín pensaron que me iba a tirar en una esquina a lamentarme, o que iba a cerrar el blog, o no sé qué fue lo que les pasó por la mente al castigarme y violar mi derecho de entrar a mi país, pues siento haberlos decepcionado profundamente.

El cordón umbilical con la isla lo había cortado hace mucho tiempo ya. Y pensar que fue así que un par de clicks me hicieron más libre de lo que ya era...
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